Marco conceptual

La movilidad geográfica de la población ha constituido uno de los procesos humanos más relevantes a lo largo de la historia, con enormes implicaciones demográficas, sociales, económicas, urbanísticas, culturales y hasta institucionales, entre otras, de modo que supone una cuestión presente de manera permanente en todas las agendas y escalas territoriales, desde la internacional hasta la local. El mundo se mueve de manera continua y flujos migratorios de diversa naturaleza y motivaciones múltiples interrelacionan el planeta. Salidas, tránsitos y llegadas forman parte de la experiencia vital de cada vez más personas en más lugares, con sus correspondientes causas y efectos. Cada día se concibe un número indeterminado de proyectos migratorios, inducidos por un amplio panel de determinantes, que responden a decisiones más o menos condicionadas. Individuos, familias, organizaciones, Estados e incluso alianzas, toman decisiones que influyen en el devenir de dicha movilidad.

La aspiración de organizar la movilidad, mitigando sus consecuencias menos favorables y aprovechando sus múltiples y contrastados beneficios, está cada vez más presente en buena parte de los implicados en su manifestación, sobre todo en la dimensión institucional a la que le toca trabajar activamente en lo que se ha venido a considerar su gestión. El dibujo de estrategias y planes en distintos niveles de actuación es frecuente y supone una práctica cada vez más extendida, habitualmente partiendo de diagnósticos de la realidad influida por las migraciones y sus extensiones. Todo ello condicionado además por las competencias o aquello que concierne a cada protagonista, casi siempre mediatizado por la acción política y el juego de fuerzas entre distintas sensibilidades. Dicha planificación asimismo responde a enfoques generales y particulares, que pueden ser más o menos abiertos e incluyentes en su consideración de las personas que protagonizan la movilidad.

Está claro entonces que las migraciones y sus efectos están cada vez más presentes y en más ámbitos, desde los foros de debate y decisión política hasta las conversaciones vecinales más cotidianas, ocupando espacio creciente en los medios de comunicación y en las redes sociales, generando controversia y hasta discursos de odio o provocando movimientos de solidaridad en relación con las personas desplazadas. También forman parte de las previsiones relacionadas con la planificación estratégica en distintos niveles, puesto que, particularmente, la llegada de nuevos habitantes a cualquier lugar, sea temporalmente o con un proyecto de vida más duradero, tiene evidentes repercusiones sobre múltiples dimensiones de la realidad. Las relaciones sociales suponen una de esas dimensiones, con incidencia en la configuración de contextos que puedan caracterizarse por situaciones de sociabilidad con rasgos de hostilidad, coexistencia o convivencia, tal y como plantea el profesor Giménez Romero.

La convivencia se convierte entonces en una aspiración y al mismo tiempo en un reto común en muchos lugares, especialmente en aquellos que han adquirido una dimensión multicultural por la amplificación y la diversificación de las afluencias migratorias. Convivencia como marco de relaciones que puede abordarse desde distintas perspectivas, siendo la intercultural la que se va abriendo paso de manera creciente en el escenario internacional. e repercutan en el desarrollo territorial.

Interculturalismo como enfoque que apuesta por la superación de modelos incompletos para abordar una realidad cada vez más compleja y multidimensional, desde el impulso de acciones concretas que ahonden en sus principios generadores de inclusión y cohesión social. De este modo, la gestión de la diversidad supone un auténtico desafío que requiere instrumentos adaptados a los nuevos tiempos, aunque ofrezcan una amplia trayectoria en cuanto a su aplicación. Instrumentos que además faciliten la concurrencia social, la construcción colectiva de modernos y más dinámicos contextos de relación que repercutan en el desarrollo territorial.

 La participación comunitaria es uno de esos instrumentos, alineada con las premisas del interculturalismo, sobre todo en lo que concierne a la igualdad entre las personas y a garantizar la posibilidad de que puedan ser partícipes de la construcción de las decisiones colectivas, al respeto a la diversidad humana en sus distintas manifestaciones y a la interacción positiva entre las personas que protagonizan una realidad territorial concreta. Participar, ser parte y asumir elementos de corresponsabilidad, para definir estrategias que permitan una acogida inclusiva de los nuevos habitantes y tejer con ellos y ellas, sumando al resto de actores de la sociedad de referencia, renovados marcos de convivencia. Marcos que favorezcan la cristalización de una ciudadanía de derechos y deberes, donde cualquier persona se pueda desarrollar en el plano personal, familiar y comunitario, sintiéndose respetada e incluida, escuchada y considerada en cualquier proceso que procure la mejora común. La intervención comunitaria intercultural supone entonces un marco conceptual y una herramienta de enorme valor y potencial para alcanzar los objetivos señalados.